El municipio de Gáldar es un elemento clave para quienes aspiren a adentrarse en la historia y la cultura de Gran Canaria y del Archipiélago entero porque su historia no sólo es paralela y coherente con la del resto del territorio insular, sino que especialmente en los inicios del periodo hispánico, jugó un papel de suma importancia en el desarrollo de los acontecimientos.

La antigua Agáldar fue solo uno más de los varios cantones que configuraron el mapa político prehispánico hasta el s. XII o XIII de nuestra era, en que la población norteña consigue alzarse con la capitalidad de toda la isla. Algunos autores hablan de un nuevo horizonte cultural y otros sugieren posibles avances en lo económico y lo demográfico. Según las crónicas, el Señor de Facaracas, un joven guaire (noble) reputado por sus acciones de armas, casó entonces con una harimaguada (sacerdotisa) cuya influencia había ido creciendo a tenor de la extensión de su inteligencia y sus poderes mediáticos. Estos personajes, conocidos como Gumidafe y Andamana respectivamente, consiguieron unificar el poder político insular instaurando la capitalidad para toda la isla en la antigua Agáldar y fundando una dinastía que duraría hasta la conquista europea a fines del siglo XV.

Miembros destacados de esta dinastía fueron el Rey Artemi, cuya victoria en 1402 sobre las tropas hispano normandas de Jean de Bethencourt valieron a la isla el título de Gran, o Guayasén “el bueno” cuya generosidad con el derrotado conquistador Diego de Silva en 1457 ayudó a sostener la imagen de los canarios como nación valerosa y justa.

En las últimas décadas del siglo XV, llegó al trono por ciertos problemas sucesorios, el sobrino de Guayasén, Tenesor Semidán, personaje fundamental en la historia de Canarias. Apresado por el conquistador Alonso Fernández de Lugo fue llevado prisionero a España. Tenesor fue bautizado como Fernando Guanarteme, el 30 de Mayo, día de la Comunidad Autónoma de Canarias, en una ceremonia que destacada por algunos historiadores como el primer pacto entre una nación europea y otra de ultramar. A consecuencia de ello volvió a Gran Canaria como poderosa herramienta de apaciguamiento de los belicosos naturales y como aliado en la finalización de la conquista de otras islas.

Muchos de los aborígenes que quedaron, entroncaron con apellidos castellanos por una hábil política de casamientos, entre las que destacan los matrimonios de miembros de la corte aborigen con los Trejo, los Bethencourt y los Guzmán entre otros que configuran una población mestiza, aunando lo mejor de la nobleza de los naturales con la hidalguía de los conquistadores.

La creación de la parroquia de Santiago de Gáldar en la década de los 80 del s. XV, significó la refundación cristiana de la población, presidida por el entonces Obispo Juan de Frías. De hecho, la de Santiago fue una de las parroquias de primer cuño en la isla, junto con las de San Juan en Telde y Santa Ana en Las Palmas, consolidando la continuidad de la Villa como cabecera político administrativa del tercio noroccidental de Gran Canaria.

Con el pasar del tiempo, fueron segregándose otras parroquias y municipios, algunos de los cuales rivalizó con fuerza en el liderato de la comarca histórica de Gáldar como motor económico y demográfico.

A pesar de todo, Gáldar supo mantenerse como población importante durante las crisis políticas y económicas de finales del s. XVI y el s. XVII, manteniendo numerosas señas de identidad, como demuestran las crónicas al reflejar el orgullo de los pobladores locales por vivir mayoritariamente en cuevas y evidenciar la pervivencia de numerosos hitos propios del núcleo prehispánico, como el palacio, la torre o la plaza cercada de la antigua Agáldar.

A finales del siglo XVIII, Gáldar vive un momento de esplendor gracias a su privilegiada situación comercial y a la revitalización agrícola y cultural. Estrechamente vinculada a los círculos mercantiles e intelectuales de Tenerife, la Gáldar del momento inició una remodelación urbana sin precedentes que duraría durante buena parte de la centuria posterior y cambiaría definitivamente la imagen de una población estrechamente vinculada a su fisonomía prehispánica para fijar las bases del actual modelo urbano de la Ciudad.

En este sentido, la construcción de un nuevo templo y la reconfiguración de la plaza fueron elementos destacados que condicionaron severos cambios en la estructura física y funcional de la Villa.

Del prestigio de la Villa en el s. XIX, nos hablan la elección de la misma como Sede provisional de la Audiencia en 1812, la instauración de la Cabeza de un partido judicial en 1821, privilegio arrancado décadas más tarde por la fuerza gracias a la connivencia de intereses entre familias de Guía y Las Palmas, la fundación Real del Teatro en 1847, la creación de la Ayudantía de Marina en 1859 en la que queda patente la pervivencia del orgullo por el pasado local.

Los primeros años del s. XX fueron también intensos y de inusual actividad constructora en Gáldar, recientemente elevada del rango de Villa a Ciudad, dejando varios ejemplos de arquitectura ecléctica y modernista en una ciudad cuya población vivía aun en un porcentaje elevado en Casas Cueva, pero que vivía cambios acelerados gracias a la implantación de entidades bancarias y firmas empresariales extranjeras en un marco de crecimiento agrícola sin precedentes.

Tras la crisis de la contienda Civil, el despegue económico gracias al monocultivo del plátano dio un vuelco irreversible a la fisonomía de la Ciudad, acelerado en los últimos treinta años con el pujante desarrollo productivo y mercantil del municipio que acabaría por convertirla en la ciudad de mayor crecimiento y en el motor económico de la comarca. Las parcelas de suelo agrícola en el interior de la Ciudad comienzan a ser construidos, y los cuestionados estilos de la segunda mitad del s. XX hacen su aparición configurando un centro histórico difuso, complejo y extraordinariamente variopinto.

Tras la emancipación de varios municipios y parroquias, el municipio ha quedado configurado como un territorio de algo menos de 70 Km2, que se extiende desde la costa hasta el centro de la isla ofreciendo una variada gama de paisajes.

El pasado histórico del territorio se refleja en el sentir orgulloso y altivo de sus habitantes y la mayor concentración de yacimientos arqueológicos del Archipiélago, algunos de los cuales gozan de merecidísima reputación por su singularidad y riqueza. El propio escudo de la Ciudad, y la presencia de numerosos hitos culturales aborígenes mantienen vivo en el imaginario colectivo de los residentes la vinculación con su historia prehispánica.